miércoles, 3 de septiembre de 2008

Carlos Cruz Diez


Carlos Cruz Diez


1 comentario:

esteban dijo...

Hace calor, estamos en el mes de agosto de 1967. Es la inauguración del Salón Arturo Michelena. Hay mucho público, pero algo ocurre, la gente se desplaza al lado de un señor pequeño, con grandes patillas, me acerqué un poco y pregunté ¿Quién es ese señor? La persona me contestó: “Es el famoso pintor Carlos Cruz Díez y vive en París”. Cuando quedó un poco más solo, me le acerqué y le dije, qué quería que viniera a ver mis obras. Al verlas me dijo: “Están muy bien, pero las búsquedas en este momento están en otra dirección”. Yo estaba exponiendo “Las máquinas”, obras gestuales de gran colorido. Ya para esa fecha el maestro Carlos Cruz Diez andaba profundizando sus búsquedas en los colores y en el cinetismo. Yo conocía algo de su obra; unos niños equeléticos, en un cerro de Caracas elevando cometas, y rodeados de ranchos y, así, uno que otro dibujo en algunas revistas, pero su nueva obra no la conocía.

Los meses pasaron, y de repente ya estoy en París, y si bien recuerdo fui con un amigo a su taller, que si la memoria no me engaña estaba cerca de la Bastilla. Pero pienso que antes de llegar, tendría que darme un paseo por la evolución de sus búsquedas.

Nace en Caracas el 17 de agosto de 1923. Estudia en la Escuela Cristóbal Rojas de Caracas. Trabaja como diseñador gráfico, director artístico de la agencia McCan Erickson. Estudia, aprende, viaja. Su pintura para esos años es de temática social, trabaja en diferentes diarios y revistas, entre ellas “El Tricolor”, El Nacional y otros.

En 1955-1956 viaja a París y Barcelona (España). Ya el arte cinético y el arte geométrico eran la vanguardia; en París y parte de Europa se sorprendían de las obras de estos artistas la mayor parte extranjeros y sobre todo argentinos y venezolanos, entre ellos su amigo el maestro Jesús Rafael Soto, que abrían nuevos caminos en el arte. En alguna de ellas, el movimiento virtual o real era logrado por el viento, la electricidad o el desplazamiento del espectador. Es en ese momento que el maestro Carlos Cruz Diez llega a París. Las búsquedas están orientadas a las síntesis de las artes, formas geométricas que se pasean en medios de reflejos, sombras y luces. Los elementos extrapictóricos llenan el universo de los artistas; el color y el movimiento son los actores principales. Carlos Cruz Diez, estudia, analiza las teorías científicas del color, la Bauhaus, el Stijl.

Pienso que para él no era nada nuevo, ya que como diseñador gráfico, conocía muy bien estas técnicas; conocía la trama, los puntos y la mezcla de cian, azul y rojo, el proceso de fotograbado, fotografías, sabía cómo se comportaban en una impresión de un afiche o de una revista. Con indecisiones si se va o se queda regresa a Venezuela e instala su propio taller “Estudios de Artes Visuales”.

Los puntillistas o divisionistas (1886) trabajaron con la edición de puntos de colores, donde la retina o mejor dicho el cerebro se ocupa de mezclar los colores; para eso utilizaron, el lienzo, el oleo y el pincel, las teorías de Chevreul estaban presentes. Y casi un siglo después un venezolano va a comenzar a desarrollar sus creaciones. Ahora es profesor de la escuela de artes y en el 59 creó su primera fisicromía y en el 60 llega a París para quedarse y comienzan a participar en diferentes exposiciones por el mundo. En abril de 1966, el GRAV, sacude a los franceses en las calles con sus obras participativas.

Pero, lleguemos al taller cerca de la Bastilla, si bien recuerdo era como a 200 metros de ese gran símbolo. Ahí, estaba él con su esposa Mirta (desaparecida recientemente) y si hablamos de trabajo, de búsquedas, de estudio, tenemos que hablar de ese gran amor, que el maestro Carlos Cruz Diez, su esposa y sus tres hijos: Carlos, Jorge y Adriana, construyeron como una gran fisicromía, con colores y formas llena de todas las combinaciones cromáticas y de amor. Se fue su esposa dejándolo, con sus hijos, sus colores, sus obras, sus maquetas... Yo compartí muchas veces con ellos, tardes llenas de risas, colores y afectos de amistad.

Esa tarde, me habló de sus fisicromías. Era a finales del año 1967 y yo andaba nutriéndome por los talleres. El maestro Carlos Cruz Diez me explicó, como hacía su obra y los conceptos que respaldaban sus creaciones. Me habló de lo que era color aditivo, sustractivo, reflexivo; de luz coloreada, de desplazamientos del espectador. Para esa fecha el maestro Cruz Diez, utilizaba cartón y madera, después evolucionó a materiales más modernos, plexiglás, metal, aluminio y salí contento de ese lugar, donde un alquimista moderno trataba de encontrar no la piedra filosofal, sino de esa cantera de colores, de formas, de movimientos, que comenzarían a ser mostradas por el mundo entero.

Investigador incansable, artista por antonomasia, artista emblemático; el maestro Carlos Cruz Diez, siempre dispuesto a orientar, ayudar a muchos artistas que han encontrado en él, un amigo, un maestro. A veces yo pasaba por su taller en busca de ideas para construir máquinas, que yo necesitaba para mi taller y él muy gentilmente me ayudaba a encontrar la solución. Otro día pasé a llevarle un obsequió de unas pequeñas serigrafías de mis trabajos, se alegró mucho e inmediatamente me dio una serigrafía dedicada.

En los últimos años lo he visto poco, y hace tiempo en Tovar, Mérida (2000) lo vi y me dijo: ¿Dónde te has metido? Y me invitó a su taller en Bailadores, esa noche de mucho frío y de neblina. La obra había cambiado a través de los años. Había materiales, como siempre, plexiglas, metales, tornillos y sobre todo, cuadros, serigrafías, maquetas, proyectos.

Me mostró algunas fisicromías que contrastaban con el gris de la neblina que estaba afuera acariciando las montañas. Ahí, y después de tantos años de mi primera visita a su taller en París, volví a sentir y apreciar los colores aditivos, sustractivos, y reflexivos. Fui en compañía de ese gran amigo, de ese gran protector de artistas y gran coleccionista, como lo es Iván Vivas. Después de compartir con el maestro Carlos Cruz Diez, su esposa y otros artistas y una sabrosa comida preparada por Jorge, su hijo. Regresamos a la casa de Iván, Gerardo Escalona, César Andrade y dormimos en medio de obras de arte. Había neblina, pero mi pupila impregnada de tantas armonías lo único que veía eran combinaciones de colores que contrastaban en la noche helada de esas montañas andinas. Hoy, hace calor, tan igual como el día y que yo conocí al maestro Carlos Cruz Diez en Valencia, a uno de los grandes creadores del arte universal.

¿Entonces, nos tomamos un cafecito? Es así, como me decía el maestro Cruz Diez, e íbamos a un café en la esquina de la Rue Piere Semard, siempre que yo iba a visitarle. Se había convertido en un ritual. Esos rituales que hace que nos unamos a personas y que formemos circuitos de amistad, y me quedo pensando en su taller antigua carnicería que tiene el símbolo del caballo. Las paredes pintadas de rojo; pero, ahí ahora, no se vende carne de caballo. Pero, se encuentra en ese espacio: máquinas, plásticos, pinturas, tornillos, pinceles, ordenados de tal manera que nunca se pierde tiempo en buscarlos. En este espacio ahora hay, un creador que se dedica a crear bellas fisicromías, cromosaturaciones, y serigrafías, orgullo de todos los venezolanos. Quiero decir que hay muchas obras del maestro Carlos Cruz Diez que necesitan restauración, de las obras urbanas que están en Caracas y para finalizar... quién pase por el 23, Rue Pierre Semard, en París pensara que es una carnicería, pero, ahí, ahora, se hace Arte... hasta pronto maestro.

Esteban Castillo